EL OTOÑO DE LA MATRIARCA
Antonio Manero
Una viuda madura pero de buen ver y con la vida resuelta, con hijos adultos e independientes, inicia un romance inesperado con su apuesto jardinero, que además es más joven que ella. Tanto la anodina y convencional comunidad en la que viven, como sus devotos hijos, fustigan y reprueban esta relación desigual. Dos mundos colisionan y se enfrentan: el servilismo respetable y cancerbero pequeñoburgués y la osadía despreocupada y abierta de la sencillez, la sinceridad y la libertad personal. Integración social u honradez individual, este es el dilema que explora y explota este melodrama romántico situado en la Norteamérica brillante de los años cincuenta, cuando la prosperidad y el bienestar parecían presagiar bonanzas y facilidades sin límites. Aburrida elegancia versus espontaneidad bullanguera.
La trama parece un folletín trillado, pero de nuevo Douglas Sirk utiliza su pericia narrativa y su estilización visual para conferir un acabado que dignifica el género y se convierte en un referente insoslayable. Por una parte está el recurso del tiempo, del ocaso, del otoño, que enmarca tanto el declive del esplendor como el fin del apogeo vital de su protagonista según las convenciones sociales más rancias. El paso de las horas, el amarillear de las hojas, el declinar de la tarde, el fin del romance, todo parece uno y lo mismo. Luego está libertad frente a opresión. Y como metáforas que lo ilustran tenemos por una parte el brillante ventanal campestre que propone horizontes ilimitados de naturaleza exuberante y por otra la opaca pantalla del televisor, que oprime y asfixia, restringiendo la visión y amputando el futuro, reflejo de la soledad estancada.
Además destacan los paralelismos que resaltan las diferencias e ilustran las tensiones familiares y sociales que deben de soportar sus protagonistas. Lo esperado frente a lo rechazado, lo aceptable frente a lo inadmisible. Rehacer la vida afectiva puede ser legítimo pero sólo si se siguen las reglas del juego y se obtiene el plácet de los pares y familiares. Ir contracorriente, oponerse a tus semejantes, es anatema y deberá ser castigado con el destierro y el escarnio. Es la semblanza de una mujer no como mero objeto decorativo al gusto de la época, sino como personaje vivo, integral, completo y veraz, con voluntad propia y espíritu independiente. Ella es dueña de su destino, de su voluntad y de su cuerpo, mal que les pese a los demás.
También es un estudio sobre la inclusión y la exclusión. Si te amoldas a la hipocresía aburguesada, se te perdonarán tus pecadillos y te acogerán en su seno y recuperarás tu estatus y buen nombre. Pero ¡ay de ti si pretendes romper moldes y salirte de la recta vía trazada! …porque entonces eres un apestado deleznable y serás anatemizado por siempre jamás. Vacuidad frente a vida. Ciudad frente a campo. Simbolismos que Sirk maneja con maestría y refuerzan la narración y le consagran como experto consumado del melodrama refinado y esteticista.